19 de marzo de 2015

Sortija 4



Una fría neblina llegaba a la bahía atravesando el bosque. Era de noche y todavía estaba en la playa, vestida sólo el traje de baño, descalza y con la piel helada. A lo lejos, un cartel pedía no quemar ramas secas sin permiso del guardia.

A pesar de que ya no había nadie, insistía dibujando en la arena, pensando por qué, dando vueltas poseída por la tristeza y el desconcierto de no saber cómo seguir. La incertidumbre de ni siquiera conocer el nombre del responsable y por qué. Sólo le quedaba el ahora, dibujando mandalas en la arena, desde el centro, buscando deshacer el laberinto en el que se había adentrado al conocerlo.

Y ahora? Y la playa con la arena mojada, el aire salado rebotando en su boca, la lengua contra el paladar, mirando el cielo negro, buscando el grito en el silencio de la noche y las olas hamacándose en la orilla.

Imposible saber, con mirarla, cuándo habría sido la última vez que habría comido o bebido, tan ínfima en sus huesos flacos, estirados, y la piel blanca, helada. Daba vueltas, se mecía alrededor del mandala, miraba nuevamente el cielo y lo repetía como en un trance profundo, un ritual. Se desplegaba, se ofrecía a una segunda versión, un renacer, y la parálisis que le había provocado el no saber desaparecía con cada paso.

No se volcaba al llanto, no ensayaba ideas, era ella sola con su piel helada, entregándose a esta primera escena de su nueva obra. Y alrededor del círculo, extasiada en su baile, acompasaba por lo bajo un mantra: “he resucitado”, murmuraba.